El final de mi carta no fue para nada esperanzador. Tenía suficientes motivos como para que entiendiera y supiera dejarme ir. El otro lado de la campana, mi campana, sonaba así:


...Pero entonces otro se hizo cargo del desastre que dejaste vos. Sin hacer preguntas, sin cuestionar absolutamente nada. Y ahora, perdoname si esperabas encontrarte con la mina de antes, la frágil, la sumisa; la tipa "sí". Simplemente el cambio me nació, él lo valía. Sin exigencias, me dejó ser, hacer y deshacer las veces que quisiera. Y lo que más me duele, es recordar todas y cada una de las promesas que quedaron sin cumplir. Lamento en serio tener que haber llegado hasta este punto; al punto de sentir que no te necesito, ya no te quiero más.

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